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Me vacié, dejé de escuchar música, nunca cogí un lápiz, empecé a caer en viejos hábitos. Toda la vitalidad que solía ver se desaturó. Poco a poco, una vez que me había hecho suficiente daño, empecé a salir del agujero. Limpio. Cuando conseguí salir, lo único que quedaba dentro era la voz y, por segunda vez en mi vida, ya no la ignoraba, porque era la mía.