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Casi todo el mundo subestima lo poderoso que puede ser el contacto de la mano de otra persona. La necesidad de ser tocado es algo tan primario, tan fundamental en nuestra existencia como seres humanos, que su verdadero impacto sobre nosotros puede ser difícil de expresar con palabras. Ese poder tampoco tiene necesariamente nada que ver con el sexo. Desde que somos bebés, aprendemos a asociar el contacto de una mano humana con la seguridad, el consuelo y el amor.