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La observancia de la Cuaresma es la insignia misma de la guerra cristiana. Con ella demostramos que no somos enemigos de Cristo. Con ella evitamos los azotes de la justicia divina. Por ella ganamos fuerza contra los príncipes de las tinieblas, porque nos protege con la ayuda celestial. Si los hombres fueran negligentes en la observancia de la Cuaresma, sería un detrimento para la gloria de Dios, una deshonra para la religión católica y un peligro para las almas cristianas. Tampoco puede dudarse de que tal negligencia se convertiría en fuente de miseria para el mundo, de calamidad pública y de aflicción privada.