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Un católico puede pecar y pecar tan gravemente como cualquier otra persona, pero ningún católico auténtico niega jamás que es un pecador. Un católico quiere que sus pecados sean perdonados, no excusados ni sublimados.
Un católico puede pecar y pecar tan gravemente como cualquier otra persona, pero ningún católico auténtico niega jamás que es un pecador. Un católico quiere que sus pecados sean perdonados, no excusados ni sublimados.