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No sólo nuestra salvación eterna depende de nuestra voluntad y capacidad de perdonar las injusticias cometidas contra nosotros. Nuestra alegría y satisfacción en esta vida, y nuestra verdadera libertad, dependen de que lo hagamos. Cuando Cristo nos ordenó poner la otra mejilla, caminar la segunda milla, dar nuestra capa al que nos quita el abrigo, ¿fue principalmente por consideración al matón, al bruto, al ladrón? ¿O era para aliviar al agraviado de la carga destructiva que el resentimiento y la ira suponen para nosotros?