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El cristianismo es extraño. Le pide al hombre que reconozca que es vil, incluso abominable, y le pide que desee ser como Dios. Sin este contrapeso, esta dignidad le haría terriblemente vanidoso, o esta humillación le haría terriblemente abyecto.
El cristianismo es extraño. Le pide al hombre que reconozca que es vil, incluso abominable, y le pide que desee ser como Dios. Sin este contrapeso, esta dignidad le haría terriblemente vanidoso, o esta humillación le haría terriblemente abyecto.