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El poder de perpetuar nuestra propiedad en nuestras familias es una de las circunstancias más valiosas e interesantes que le pertenecen, y la que más tiende a la perpetuación de la sociedad misma. Hace que nuestra debilidad esté al servicio de nuestra virtud; injerta benevolencia incluso sobre la avaricia. La posesión de riqueza familiar y de la distinción que acompaña a las posesiones hereditarias (en lo que más concierne a ella), son las seguridades naturales para esta transmisión.