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Tuve la suerte de conocer al Papa Juan Pablo II cuando tenía 19 o 20 años en el Vaticano; tuve ese privilegio... Mi madre me llevó a visitarle y recuerdo claramente su increíble carisma y encanto personal, su calidez y compasión. Lo sentí inmediatamente en cuanto lo conocí, y ese espíritu con el que salí de allí, después de haberlo conocido, es algo en lo que he estado trabajando constantemente para infundir al personaje, para que podamos tener su espíritu, su amor y su compasión, porque esa es realmente la esencia del hombre.