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Cualquier tonto puede destruir árboles. No pueden huir; y si pudieran, seguirían siendo destruidos, perseguidos y cazados mientras se pudiera obtener diversión o un dólar de sus pieles de corteza, sus cuernos ramificados o sus magníficas espinas dorsales de tronco. Pocos de los que talan árboles los plantan; ni la plantación serviría de mucho para recuperar algo parecido a los nobles bosques primitivos. Durante la vida de un hombre sólo pueden crecer árboles jóvenes, en lugar de los viejos árboles -de decenas de siglos- que han sido destruidos.