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Si Dios te hace sufrir mucho, es señal de que tiene grandes designios para ti y de que ciertamente se propone hacerte santo. Y si quieres llegar a ser un gran santo, ruégale tú mismo que te dé muchas ocasiones de sufrir, porque no hay mejor leña para encender el fuego del santo amor que la leña de la cruz, de la que Cristo se sirvió para su gran sacrificio de caridad sin límites.