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El amor de Dios no se enseña. Nadie nos ha enseñado a disfrutar de la luz ni a apegarnos a la vida más que a ninguna otra cosa. Y nadie nos ha enseñado a amar a las dos personas que nos trajeron al mundo y nos educaron. Razón de más para creer que no aprendimos a amar a Dios como resultado de una instrucción externa. En la naturaleza misma de cada ser humano se ha sembrado la semilla de la capacidad de amar. Tú y yo debemos acoger esta semilla, cultivarla con cuidado, alimentarla con atención y fomentar su crecimiento acudiendo a la escuela de los mandamientos de Dios con ayuda de Su gracia.