Era la escuela secundaria, la edad de los milagros, la época en la que los niños crecían un metro durante el verano, en la que los pechos florecían de la nada, en la que las voces bajaban y bajaban. Aparecían nuestros primeros defectos, pero se corregían. La visión borrosa podía arreglarse de forma invisible con la magia de las lentes de contacto. Los dientes torcidos se enderezaban con aparatos de ortodoncia. La piel manchada podía aclararse químicamente. Algunas chicas se volvían guapas. Algunos chicos crecían.