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Aprendí la lección de la no violencia de mi mujer, cuando intenté doblegarla a mi voluntad. Su decidida resistencia a mi voluntad, por un lado, y su tranquila sumisión al sufrimiento que implicaba mi estupidez, por otro, acabaron por avergonzarme de mí mismo y me curaron de mi estupidez al pensar que había nacido para gobernarla.