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  • La prisa y la presión de la vida moderna son una forma, quizá la más común, de violencia contemporánea. Dejarse llevar por una multitud de preocupaciones conflictivas, rendirse a demasiadas exigencias, comprometerse con demasiados proyectos, querer ayudar a todos en todo, es sucumbir a la violencia. El frenesí de nuestra actividad neutraliza nuestro trabajo por la paz. Destruye nuestra propia capacidad interior de paz. Destruye la fecundidad de nuestro propio trabajo, porque mata la raíz de sabiduría interior que hace fecundo el trabajo.