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Me di cuenta de que la verdadera función de un abogado era unir a las partes enfrentadas. La lección quedó tan indeleblemente grabada en mí que gran parte de mi tiempo durante los veinte años que ejercí como abogado lo dediqué a llegar a acuerdos privados en cientos de casos. No perdí nada con ello, ni siquiera dinero, ni mucho menos mi alma.