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Holly es la prueba viviente de que C.S. Lewis tenía razón cuando decía que un buen ateo no puede ser demasiado cuidadoso con su lectura. Amante de la palabra, descubrió a través de ella el amor del Logos, cuya belleza llena toda la creación. Encontró el valor de seguir las gotas derramadas de la imaginación humana hasta Aquel que "refleja la gloria de Dios y lleva el sello de su naturaleza, sosteniendo el universo con su palabra de poder" (Heb 1,3).