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Los dioses me dieron un padre que me gobernó y me libró de cualquier rastro de arrogancia y me enseñó que se puede vivir en un palacio sin guardaespaldas, atuendos extravagantes, lámparas de araña, estatuas y otros lujos. Me enseñó que, en cambio, es posible vivir prácticamente como un ciudadano particular sin perder ni un ápice de la dignidad y la autoridad que un gobernante debe poseer para desempeñar eficazmente sus funciones imperiales.