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El fracaso parece ser considerado como el único crimen imperdonable, el éxito como la virtud que todo lo redime, la adquisición de riqueza como el único objetivo digno de la vida. Hace diez años, revelaciones como las del ferrocarril de Erie habrían causado escalofríos en la comunidad y habrían estigmatizado a todo hombre que hubiera tenido que hacerlas. Ahora simplemente incitan a otros a superarse con atropellos aún más audaces y combinaciones más corruptas.