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Los reyes nunca deberían aparecer en escena. En abstracto, son personajes muy desagradables: sólo en vida son "los mejores reyes". Es su poder, su esplendor, es la aprensión de las consecuencias personales de su favor o de su odio lo que deslumbra la imaginación y suspende el juicio de sus favoritos o de sus vasallos; pero la muerte anula el vínculo de lealtad y de interés; y vistos COMO ERAN, su poder y sus pretensiones parecen monstruosas y ridículas.