El genio no está en lo mucho que hace Stanley Kubrick en "2001: Una odisea del espacio", sino en lo poco que hace. Es la obra de un artista tan sublimemente seguro de sí mismo que no incluye una sola toma simplemente para mantener nuestra atención. Reduce cada escena a su esencia, y la deja en pantalla el tiempo suficiente para que la contemplemos, para que la habitemos en nuestra imaginación. Única entre las películas de ciencia-ficción, "2001" no se preocupa de emocionarnos, sino de inspirar nuestro asombro.