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Al principio, el cristianismo parece girar en torno a la moralidad, los deberes, las normas, la culpa y la virtud. Uno vislumbra un país en el que no se habla de esas cosas, salvo quizá en broma. Todo el mundo allí está lleno de lo que deberíamos llamar bondad, como un espejo está lleno de luz. Pero no lo llaman bondad. No lo llaman nada. No piensan en ello. Están demasiado ocupados mirando la fuente de la que procede.