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Los predicadores no son hacedores de sermones, sino hacedores de hombres y hacedores de santos, y sólo está bien capacitado para este negocio quien se ha hecho a sí mismo hombre y santo. No son grandes talentos ni grandes conocimientos ni grandes predicadores lo que Dios necesita, sino hombres grandes en santidad, grandes en fe, grandes en amor, grandes en fidelidad, grandes para Dios - hombres siempre predicando con sermones santos en el púlpito, con vidas santas fuera de él. Estos pueden moldear una generación para Dios.