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Desde hace mucho tiempo se ha observado que un ateo no tiene razón alguna para procurar conversiones; y, sin embargo, ninguno acosa a las mentes sobre las que puede influir, con mayor importunidad de solicitud para que adopten sus opiniones. En la medida en que dudan de la verdad de sus propias doctrinas, están deseosos de obtener la atestación de otro entendimiento: y trabajan industriosamente para ganar un prosélito, y ávidamente atrapan la menor pretensión de dignificar su secta con un nombre distinguido.