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Quienquiera que haya sido el chico, quienquiera que haya tenido la gran actitud, ha escuchado finalmente la admonición de padres, profesores, gobiernos, religiones y la ley: "Cambia ya de actitud, por favor, jovencito". Esta transformación en los chavales -de libélulas centelleantes, por así decirlo, a pegajosos gusanos de la superficie del agua que se deslizan lentamente río abajo- es notada con orgullo por la sociedad y con mortificación por Dios, que es una forma fantástica de decir que no me gusta ver a los chavales tirar por la borda su verdad sólo porque no vale un céntimo en el mercado abierto.