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Cuando era niño, me atraganté con un caramelo frente a la ventana de la cocina durante unos minutos mientras veía a mis padres preparar la cena. Creía que me iba a morir, pero no quería asustarles. Nuestra existencia estaba tan separada, un morir y un estar bien, un exterior y un interior. Los poemas de Trey Moody revolotean en ese lugar frío, húmedo, iluminado por un frigorífico, entre el morir y el estar bien, el exterior y el interior. Sus poemas son los pensamientos de la persona que amas y que siempre está detrás de ti, asfixiándote lenta y silenciosamente. Pero no tienen miedo de decir hola, y por favor, y tengo miedo.