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La vida es como una pantalla de cine: las imágenes llegan, causan impresión, se van y dejan sitio a nuevas imágenes con nuevas impresiones que oscurecen las anteriores. Algunas de esas viejas imágenes se desvanecen, pero las impresiones que dejan nunca desaparecerán. Una de esas impresiones es la imagen de Hein Sietsma: un cristiano alegre que amaba tanto la vida, pero que seguía dispuesto a entregarla a la causa grande, buena y santa.