-
No hay nada tan desagradable como llevar unos calzoncillos que han sido arrastrados por un patio de Calcuta. Nada, salvo tener los codos y las rodillas lacerados por astillas de vidrio y hojas de afeitar desechadas.
No hay nada tan desagradable como llevar unos calzoncillos que han sido arrastrados por un patio de Calcuta. Nada, salvo tener los codos y las rodillas lacerados por astillas de vidrio y hojas de afeitar desechadas.