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El Estado sólo es competente para asignar deberes y trazar la línea entre el bien y el mal en su esfera inmediata. Más allá de los límites de las cosas necesarias para su bienestar, sólo puede prestar ayuda indirecta para librar la batalla de la vida promoviendo las influencias que prevalecen contra la tentación: la religión, la educación y la distribución de la riqueza.