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Recuerdo que me senté en mi habitación a pensar en qué había salido mal y cómo había acabado perdiendo el control de todo, y me di cuenta de que no me había hecho ni una sola pregunta: ¿Y después qué? Esa fue mi lección más importante. Aprendí a pensar en las consecuencias antes de la acción y eso me salva, a día de hoy, de muchos problemas. Si te la juegas, empezarás a tomar mejores decisiones.