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  • En un mundo ideal, todos aprenderíamos en la infancia a querernos a nosotros mismos. Creceríamos seguros de nuestra valía y nuestro valor, difundiendo amor allá donde fuéramos, dejando brillar nuestra luz. Si no aprendimos a querernos en nuestra juventud, aún hay esperanza. La luz del amor siempre está en nosotros, por muy fría que esté la llama. Siempre está presente, esperando a que la chispa prenda, esperando a que el corazón despierte y nos llame de vuelta al primer recuerdo de ser la fuerza vital dentro de un lugar oscuro esperando a nacer - esperando a ver la luz.