Los años que transcurren entre los treinta y cinco y los sesenta y cinco giran ante la mente pasiva como un carrusel inexplicable y confuso. Es cierto que se trata de un tiovivo de caballos mal encabritados y alborotados, pintado primero de colores pastel y luego de grises y marrones apagados, pero desconcertante e intolerablemente vertiginoso, como nunca lo fueron los tiovivos de la infancia o la adolescencia; como nunca lo fueron, sin duda, las dinámicas montañas rusas de la juventud. Para la mayoría de los hombres y mujeres, estos treinta años transcurren en una retirada gradual de la vida.