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Es el momento en que nuestra resolución parece a punto de ser irrevocable -cuando las fatales puertas de hierro están a punto de cerrarse sobre nosotros- el que pone a prueba nuestra fuerza. Entonces, después de horas de claro razonamiento y firme convicción, nos aferramos a cualquier sofisma que anule nuestras largas luchas, y nos traiga la derrota que amamos más que la victoria.