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Muy pocos hombres adquieren riquezas de tal manera que reciban placer de ellas. Mientras les dura el entusiasmo de la persecución, disfrutan de ella; pero cuando empiezan a mirar a su alrededor y piensan en establecerse, descubren que esa parte por la que entra la alegría ha muerto en ellos. Se han pasado la vida amontonando tesoros colosales, que al final, como las pirámides en las arenas del desierto, no contienen más que el polvo de los reyes.