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Toda votación es una especie de juego, como las damas o el backgammon, con un ligero tinte moral, un juego con el bien y el mal, con cuestiones morales; y las apuestas naturalmente lo acompañan. El carácter de los votantes no está en juego. Yo emito mi voto, tal vez, como creo que es correcto; pero no me preocupa vitalmente que prevalezca lo correcto. Estoy dispuesto a dejarlo en manos de la mayoría.