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Una lengua muerta no es sólo una lengua que ya no se habla ni se escribe, es una lengua inflexible que se contenta con admirar su propia parálisis. Como el lenguaje estatista, censurado y censurador. Implacable en sus tareas policiales, no tiene otro deseo ni propósito que mantener el campo libre de su propio narcisismo narcótico, su propia exclusividad y dominio. Aunque moribundo, no carece de efecto, ya que frustra activamente el intelecto, paraliza la conciencia, suprime el potencial humano. Poco receptivo al interrogatorio, no puede formar ni tolerar nuevas ideas, dar forma a otros pensamientos, contar otra historia, llenar silencios desconcertantes.