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Por último llegó el invierno, todo cubierto de frisa, castañeteando los dientes por el frío que le helaba; mientras que en su barba canosa su aliento se desprendía, y las gotas opacas, que de su pico purpúreo como de una cal destilaban; en su mano derecha sostenía un bastón con punta, con el que sus débiles pasos se detenían; porque estaba débil por el frío, y débil por la vejez; que apenas sus miembros sueltos podían soldar.