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En la vida civilizada, donde la felicidad, y de hecho casi la existencia, del hombre depende tanto de la opinión de sus semejantes, éste actúa constantemente un papel estudiado. Los rasgos audaces y peculiares del carácter nativo son refinados o suavizados por la influencia niveladora de lo que se denomina buena crianza, y practica tantos pequeños engaños y afecta tantos sentimientos generosos con fines de popularidad que es difícil distinguir su carácter real del artificial.