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Imaginad un cadáver asqueroso y pútrido que yace pudriéndose y descomponiéndose en la tumba, una masa gelatinosa de corrupción líquida. Imaginad ese cadáver presa de las llamas, devorado por el fuego del azufre ardiente y desprendiendo densos humos asfixiantes de nauseabunda descomposición repugnante. Y luego imagina este hedor nauseabundo, multiplicado por un millón y un millón de veces más por los millones y millones de fétidos cadáveres amontonados en la apestosa oscuridad, un enorme y putrefacto hongo humano. Imagina todo esto y tendrás una idea del horror del hedor del infierno.