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Y yo, que odio tímidamente la vida, temo la muerte con fascinación. Temo esta nada que podría ser otra cosa, y la temo como nada y como otra cosa simultáneamente, como si el horror burdo y la inexistencia pudieran coincidir allí, como si mi ataúd pudiera atrapar la respiración eterna de un alma corpórea, como si la inmortalidad pudiera ser atormentada por el encierro. La idea del infierno, que sólo un alma satánica podría haber inventado, me parece derivada de este tipo de confusión: una mezcla de dos miedos diferentes que se contradicen y contaminan mutuamente.