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Occidente ha fiscalizado sus relaciones básicas de poder a través de una red de contratos, préstamos, participaciones accionariales, participaciones bancarias, etcétera. En un entorno así, es fácil que el discurso sea "libre" porque un cambio en la voluntad política rara vez conlleva un cambio en estos instrumentos básicos. El discurso occidental, como algo que rara vez tiene algún efecto sobre el poder, es, como los tejones y los pájaros, libre.