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Nada que no sea un verdadero crimen hace que un hombre parezca tan despreciable e insignificante a los ojos del mundo como la inconsecuencia, especialmente cuando se trata de religión o de partido. En cualquiera de estos casos, aunque un hombre tal vez cumpla con su deber al cambiar de bando, no sólo se hace odiar por aquellos a quienes abandonó, sino que rara vez es estimado de corazón por aquellos a quienes se acerca.