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Nuestra predicación no se detiene en la ley. Eso llevaría a herir sin vendar, a golpear y no curar, a matar y no vivificar, a conducir al infierno y no resucitar, a humillar y no exaltar. Por lo tanto, también debemos predicar la gracia y la promesa del perdón: este es el medio por el que se despierta la fe y se enseña adecuadamente. Sin esta palabra de gracia, la ley, la contrición, la penitencia y todo lo demás se hace y se enseña en vano.