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A finales del siglo XIX, las cimas de los rascacielos adoptaron a menudo la forma de cúpulas, coronadas por alegres linternas doradas; más tarde llegaron los zigurats, los mausoleos, los faros alejandrinos y los Partenones en miniatura. Estas encantadoras locuras no contenían ni cadáveres reales ni efigies de dioses y diosas, sino grandes tanques de madera llenos de agua.