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  • El dios de Moisés pedía a otras tribus, incluida su favorita, que sufrieran masacres y plagas e incluso la extirpación, pero cuando la tumba se cerraba sobre sus víctimas, básicamente había acabado con ellas, a menos que se acordara de maldecir a su progenie sucesiva. Hasta la llegada de Prince of Peace no oímos hablar de la espantosa idea de seguir castigando y torturando a los muertos.

    Christopher Hitchens (2007). “God Is Not Great: How Religion Poisons Everything”, p.140, Hachette UK