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Toda la vida de los cristianos debe ser un ejercicio de piedad, puesto que están llamados a la santificación. Es oficio de la ley recordarles su deber y excitarlos así a la búsqueda de la santidad y la integridad. Pero cuando sus conciencias están solícitas de cómo propiciar a Dios, qué respuesta han de dar y en qué han de apoyar su confianza, si son llamados a su tribunal, entonces no deben considerarse los requisitos de la ley, sino que sólo debe proponerse por justicia a Cristo, que supera toda la perfección de la ley.