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La verdadera humildad es una gracia cristiana y uno de los frutos del Espíritu, que se origina en una profunda conciencia del pecado pasado y presente, y nos lleva a descubrir nuestra nada a los ojos de Dios, nuestra insuficiencia para cualquier cosa que sea buena, y nos impulsa, a medida que sentimos nuestras debilidades, a esforzarnos por alcanzar logros cada vez más altos.