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Algunos se preguntan por qué me preocupa tanto la imposición de la pena de muerte. Pregunto a los que se lo preguntan cómo se sentirían ustedes si defendieran a un hombre acusado de asesinato, que fuera tan inocente como cualquier diputado de esta Cámara en este mismo momento, que fuera condenado; cuya apelación fuera desestimada, que fuera ejecutado; y seis meses después el testigo estrella de la Corona admitiera que él mismo había cometido el asesinato y culpara de ello al acusado. Esa experiencia nunca se borrará de mi memoria.