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Todos estamos conectados. Lo que nos une es nuestra humanidad común. No quiero simplificar demasiado las cosas, pero el sufrimiento de una madre que ha perdido a su hijo no depende de su nacionalidad, etnia o religión. Blancos, negros, ricos, pobres, cristianos, musulmanes o judíos: el dolor es el dolor, la alegría es la alegría.