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En nuestro propio país, hemos visto a Estados Unidos pagar un precio terrible por cualquier forma de discriminación, y nos hemos visto más fuertes a medida que hemos ido dejando atrás cada vez más odios y miedos. A medida que hemos dado a más y más de nuestra gente la oportunidad de vivir sus sueños. Por eso la llama de nuestra Estatua de la Libertad, al igual que la llama olímpica llevada a lo largo y ancho de América por miles de ciudadanos héroes, siempre arderá más que las llamas que abrasan nuestras iglesias, nuestras sinagogas, nuestras mezquitas.