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La atribución de inteligencia a máquinas, multitudes de fragmentos u otras deidades de empollones oscurece más de lo que ilumina. Cuando a la gente se le dice que un ordenador es inteligente, se vuelve propensa a cambiarse a sí misma para que el ordenador parezca funcionar mejor, en lugar de exigir que se cambie el ordenador para que sea más útil.